CURIOSIDADES DE LA EDAD MEDIA
- H. F. Arrieta Trejo
- 26 ago 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 2 sept 2018
DATOS CURIOSOS DE LA EDAD MEDIA
Recopilación.
La situación en los comedores y las cocinas era lamentable. Para la vajilla y la cubertería, por ejemplo, se empleaba el estaño, un metal que se oxida con facilidad. De manera que el envenenamiento y la narcolepsia no eran menos comunes que nuestros resfriados.
Las clases menos favorecidas, sin embargo, carecían de platos y cubiertos, y era costumbre disponer los alimentos sobre una hogaza de pan, que posteriormente se entregaba remojada en salsa a los pobres.
A la mesa, tanto los nobles como los campesinos destinaban una escudilla o similar para escupir las moscas con que tropezaban sus paladares. Una práctica rocambolesca, incentivada por la precariedad de la higiene personal.
Aunque parezca dantesco, los familiares depositaban al difunto sobre la mesa de la cocina, donde continuaban haciendo su vida cotidiana hasta pasados unos días. Era costumbre, además, poner velas en derredor del cuerpo. De ahí «velar a los muertos».
Toda la familia solía tomar el baño en una misma tina, y por orden patriarcal. Esto es, primero el padre y los hijos mayores, y seguidamente las mujeres de la casa. Lo más insólito es la frecuencia de estos baños: ¡Una vez al año!

Los médicos de la época —que no tenían reparos en prescribir sanguijuelas para la obesidad— sostenían que el agua caliente, al abrir los poros de la piel, era el principal transmisor de las infecciones. Tal era el grado de acuafobia, que algunos realizaban su baño anual en seco, con una toalla húmeda.
Los Jardines de Versalles, esa maravilla rebosante de naturaleza y monumentalidad, llegó a recibir unos usos muy desafortunados. El palacio carecía de aseos, de modo que estos jardines se reconvertían en retretes durante las fiestas de la realeza.
El mal olor corporal era, por lo tanto, moneda corriente entre los hombrecillos medievales, que enmascaraban la suciedad recurriendo a mil chapuzas, como cambiarse de ropa con regularidad (una vez al mes) o abanicarse continuamente.
No sorprende, en vista de lo anterior, que la peste negra encabece el ranking de epidemias más mortíferas de la historia. En menos de diez años (1346-1353) un tercio de la población continental desapareció de la faz de la Tierra.

A los pelirrojos, por ejemplo, se les consideraba vástagos de brujos o íncubos, y muchos de ellos llegaron a ser entregados sistemáticamente a la hoguera. Para prevenir su aparición, se recomendaba evitar los orgasmos durante la menstruación.
En los cementerios la demanda era descomunal, y muchos sepultureros llegaron a vaciar ataúdes para dar lugar a los recién llegados. Gracias a esta práctica desesperada se descubrieron arañazos y otros indicios de la famosa catalepsia.
La catalepsia y la peste bubónica convivieron a lo largo del Medievo. Frente a las muchas imperfecciones del diagnóstico, los familiares ataban un cordel a la muñeca del difunto, de modo que hiciera sonar una campanilla si seguía con vida. De aquí procede la frase «salvado por la campana».
Los abanicos no se usaban por el calor.
sino por el mal olor que exhalaban los cuerpos por abajo del vestido, con los abanicos se dispersaban los olores.

Era frecuente la muerte de las mujeres en el parto por falta de asepsia.
Lo que une a la Cesárea con Julio Cesar es que durante la época de este se realizó una ley, por la cual se obligaba a realizar una Cesárea a toda mujer fallecida estando embarazada, con la esperanza de salvar al niño/a.
La medicina no utilizaba anestesia, los médicos eran sacerdotes o hechiceros.
los instrumentos utilizados estaban sucios, y la mayoría moría por infección, El miedo y la superstición desempeñó un papel importante en la medicina medieval. Mucha gente creía que las enfermedades eran un castigo de Dios, y la curación sólo podía venir de la ayuda divina. Los pacientes buscaban la sanación sólo a través de la oración o bien peregrinando a algún lugar santo, en vez de acudir al médico o al curandero.
No había alcantarillas ni sistemas de conducción de agua.
Al no haber alcantarillado ni sistema alguno de conducción de aguas, las calles de las ciudades fortaleza o aldeas, parecían cenagales todas las épocas del año, por supuesto el mal olor era parte de la cotidianidad y el cultivo de enfermedades endémicas que azotaron a la población menguada del medioevo.
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